Comentario
La primera característica de los templos de repoblación es la diversidad de sus estructuras planimétricas. Veremos edificios basilicales, resultado de la tradición paleocristiana, con naves separadas por columnas, como San Miguel de Escalada; iglesias de dos naves; otras dotadas de una complejidad estructural mayor, en cuanto a la articulación de espacios interiores y volúmenes exteriores, tal como aparece en Santa María de Lebeña o en la iglesia de Bamba; o los llamados edificios contraabsidados, modelo que reproduce la iglesia-panteón de San Genadio, Santiago de Peñalba. Por último, junto a estas construcciones de plantas más elaboradas, aparecerán otras dotadas de una gran sencillez estructural, como los edificios de nave y cabecera únicas, tipología a la que responde Santo Tomás de las Ollas o San Miguel de Celanova, este último fruto de la irradiación en tierras gallegas de la arquitectura del valle del Duero.
En cuanto a los materiales, que siempre son fruto de los que el propio lugar suministra, son también muy variados. Desde la mampostería con sillares en las esquinas, jambas y despiece de los arcos, hasta la sillería, más excepcional, la pizarra o el ladrillo asentado con barro. Las cubiertas a una o dos aguas, con armaduras de madera al interior, bóvedas de cañón continuo, de aristas, cupuliformes o gallonadas, configuran las soluciones tectónicas empleadas en nuestros edificios. Por fin, los soportes, en muchas ocasiones reutilizados, sobre los que voltean arcos de herradura, con frecuencia recuadrados por alfiz, y los modillones de rollos que lucen algunos templos en sus aleros, cierran la variopinta relación de elementos que configuran el léxico arquitectónico de las obras realizadas en el valle del Duero, en esta décima centuria, por artífices dotados de una gran tradición constructiva.
Esta variedad, sobre todo estructural, responde, en primer lugar, a la funcionalidad y significación del edificio en sí. En ello va implícita también, como es lógico, la propia tradición constructiva del lugar o los condicionamientos topográficos que determinan, en no pocas ocasiones, formas y materiales. Pero detrás de esta realidad diversificada se esconden los modos de hacer del pasado hispanogodo, marcados por numerosos matices diferenciales que, a su vez, se explican por la multiplicidad de soluciones que caracterizan la arquitectura hispánica de los siglos V y VI.